Monday, January 3, 2011

1999 - papelitos arrollados, Café La Paz

1999. Primeros grupos de amigos virtuales.

¡Qué dificil es conocer gente a través de la internet! O mejor dicho, ¡qué fácil es! Alguien te invita a integrar un grupo de chateo, te anotás y empezás a hablar con gente como si la conocieras de toda la vida. El problema es que realmente, realmente, no te conocen más que desde el momento en que empezamos a escribir y la nueva tecnología no permite que nos conozcamos desde la infancia, como ocn los amigos normales.

En mi grupo de chat, denominado Café La Paz, casi todos argentinos, todos de humanidades pero trabajando en cualquier cosa, todos desparramados por el mundo y todos fumadores empedernidos, tuvimos una discusión sobre las maldades del fumar, que qué se creen que uno va a jugar así con los pulmones, que apestan cada lugar donde se aparecen, que qué suerte que están lejos porque aquí yo no los dejaría entrar o los mandaría a fumar al balcón aunque la nieve les llegara a las bolas… y recién ahí, después de un año de charlar casi todas las noches, después de habernos contado más disparates exagerados que reales, - porque los disparates escritos son muchísimo peores que la realidad -, recién ahí se dieron cuenta que yo, efectivamente, no fumaba.

Gran silencio por unos momentos, o sea, nada en la pantalla durante varios segundos (eso se llama 'silencio', ¿tamo?). La más corajuda, una argentina que vive en Grecia, muy hábil para usar la tercera persona que el programa de chat te proporciona, dijo: “Patora mira a Duvija a los ojos, con gran desconfianza.” Ella es Patora, yo soy Duvija. Sí, claro, sabemos nuestros verdaderos nombres, nos hemos pasado fotos desde la infancia hasta la cruel gordura o calvas peladas según el caso, pero cuando estamos en el chat, los nombres elegidos son indispensables. Es esa parte de la personalidad que no podemos separar.

El Juano de las Canarias no me dio bola con lo del cigarrillo. LaMaga de Argentina, que vive en Chicago, declaró que se iba a fumar un pucho y largarme el humo a la cara y Rhul - argentino, curiosamente viviendo en Buenos Aires- que había decidido fumar sólo en el baño para ver si lograba acostumbrarse a la diferencia de tener un apartamento sin olor, me preguntó con un tono que aunque escrito se veía el horror: “¿En serio no fumás?”. "No", dije, "fumaba algo a los 16, 17 años, hasta que me di cuenta que era para poner contento a un novio", pero poquísimo tiempo más tarde acepté la cruel realidad que el olor me daba asco, casi tanto como el gusto. El del cigarrillo, no el del novio, porque éste me abandonó pronto por una gordita menos inteligente y quedé casi dos años derrotada y convencida que jamás iría a tener a alguien cerca mío. Que yo era fea, boba y aburridora y que … pero ahí me di cuenta que eso no les interesaba ni en lo más mínimo a mis nuevos contertulios, ya que sabían esa historia y mis subsecuentes matrimonios, o sea que no podría lograr convencerlos que realmente, a los 16 años, yo había sufrido legítimas penas de amores.
-“Y entonces, qué hacés?” dijo Rhul, seguro que yo algo ocultaba.
-“Arrollo papelitos”, dije con toda naturalidad, ya que como me conocían tan bien, ya tendrian que haber sabido que siempre arrollo papelitos.
Cuatro líneas en mayúsculas aparecieron en la pantalla .
¿¿¿QUE???
¿¿¿QUE???
¿¿¿QUE???
¿¿¿QUE????
-“Arrollo papelitos”, dije de nuevo, pensando que no me habían entendido la letra, que ya sé que cuando escribo rápido mi letra es una porquería. Recién entonces me dí cuenta que eso, ese detalle, jamás lo podrían saber. La inhumana computadora, impide trasmitir esos problemas.

“¿Qué es eso”?, preguntó Rhul.
Me dejó helada. Que no supieran que yo arrollaba papelitos, vaya y pase. Pero que ni supieran, en general, qué es ‘arrollar papelitos’, eso ya era demasiado.
Que no supieran que… bueno, respiré hondo y les empecé a explicar que claramente el mejor material (dado que ya los boletos de CUTCSA no existen) era el que se usa acá como forro de pajitas, de ese papel Biblia con que vienen enfundadas en este primer mundo para que no sean tocadas por otros dedos asquerosos sino solamente por los propios, esos tubos cerrados con una costura tipo arraviolada a un costado, borde que primero hay que eliminar y arrancar con un cuidado excepcional para no herir lo interno del papel... Después de varios minutos de angustia y esperanza aparece el tubo abierto, un rectángulo liso, blanco, impecable, listo para ser tomado por una puntita y arrollarlo de forma bien apretada hasta que quede como un escarbadientes.

A partir de ese momento se pueden usar las variantes: arrollarlo desde los dos extremos diagonales a la vez, correrlo dejando un lado más grueso que el otro pero sin llegar a – y esto es muy importante – sin llegar a que se forme uno solo (eso sería repetir la primera acción, la de hacerlo escarbadientes), invertir los ángulos pretendiendo que es un papel virgen nunca arrollado previamente en la otra dirección, luchando contra las intenciones aviesas del maldito que cree que tiene un solo sentido de arrolle…

Estaba así meditando, dándome cuenta del gran silencio de mi pantalla.
-¿Arrollar papelitos?- dijo nuevamente Rhul, más descreído que antes. “Duvija, tendrías que hacer algo más filosófico.” Le contesté que no fuera idiota, que no había cosas más filosóficas que arrollar papelitos y que además tenían una utilidad más allá de lo elemental, ya que cuando voy a la casa de alguien y no hay gente, no tengo que dejar notitas apuradas, sino simplemente insertar un papelito arrollado en la cerradura y así mi presencia queda anotada sin más preguntas.

“Si, más filosófico”, dijo Rhul, nuevamente.
“¿Como qué”?, inquirí con un cierto asco que todos notaron.
“Llevá un huevo”. “En una mano”. “Y a cada ratito lo mirás así, de costado, para asegurarte….”
No soy de reírme y mucho menos sola, frente a una pantalla rectangular. Pero esa sugerencia me descangalló. Me puse a reir y llorar y patear como nunca antes. Un huevo! ¡Ese hombre pensaba que un huevo podía desplazar el placer de arrollar papelitos!

Pero debo confesar que la idea me encantó. Y sobre todo me di cuenta que mis íntimos amigos virtuales tenían un gran sentido del humor, que no eran únicamente esos amigotes del cafelapaz de Undernet donde nos reunimos a chatear siempre que podemos, cada uno con su Coca Cola, su café, su pucho, su papelito, su huevo, sus manías, sus anuncios de tengo que ir al baño espérenme no cuenten nada hasta que yo no vuelva, en fin, mis ahora reales amigos del café.

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(Esto lo escribí hace unos 11 años. Recuerdo que Jorge lo leyó y su primera crítica fue mi uso de la palabra 'chatear' y me insistió en que hablar de grupos de amigos en internet necesita una larga explicación. Por suerte, el tiempo se encargó de eliminar esos problemas).