Monday, August 15, 2016

Rituales. Portillo's. Elecciones 2016

Rituales. Portillo's. Elecciones

Y cuando necesito escribir, tengo que hacerlo. Me dan vuelta las cosas en la cabeza y salen por los pies. Parezco tener una idea que se va desarrollando linearmente y termino con las piernas alrededor del cuello, la cabeza hacia un lado, pero las manos libres para poder teclear.

*Rituales,
*abrió un Portillo’s cerca de casa  
*elecciones en EEUU.
Creo que estos temas no tienen nada que ver entre sí, pero es no es problema mío.

Esta vez la cosa empezó con el tema de los rituales, y el casorio de mi hija. No sé si no tenemos rituales por ser ateos o por ser uruguayos, que es casi la misma cosa. Ahora que vivo en un país atorado por la religión, me doy cuenta de la importancia (o falta de) esos rituales desconocidos. Supongo que en Uruguay, los que se casan por iglesia o por jupe, también tienen todo en ese orden obligado que marca cada instancia de cambio. Pero gracias al viejo Batlle, que nos ofrendó una secularidad envidiable, para nosotros nada es obligatorio. (“Nosotros” somos Malalo y yo, y no pretendo enredar a otra gente con ideas posiblemente diferentes). Aguantamos una cruz en Bulevar Artigas, una estatua de Yemanya en la Rambla y un coreano sin bolas, genuflexionando. Y ya es demadiado. Los rituales me dan directamente en las pelotas.

En los varios casorios que atendimos por Chicago, existió el rigor. Por más divertidos que los quisieron hacer, la novia entra con el padre, el padre se la entrega al novio a punto ya de ser marido, viene la ceremonia religiosa (o no, ya que cualquiera saca un permiso en la internet y oficia, y el matrimonio resultante es tan válido como el mejor), los votos de fidelidad de los novios ya casados, y algunos comentarios de los familiares. Primer vals, con otra entrega del padre de la novia al novio, madres que también tienen que bailar, etc.

Como era obvio, Malalo no iba a entrar del brazo de esta novia y mucho menos entregársela a un novio desconocido. Que se entregue sola. Hubo una cierta intervención de los hermanos de los novios, pero no me puedo acordar si ellos entraron solos o acompañados. Me distraje, supongo, como de costumbre.

Pero los votos fueron interesantes, porque revivieron oralmente el día que se conocieron y cada uno dio su versión de cómo fue la cosa. Rashomon total. La versión de Flora fue de lo más pulcra, contando que entró a tomar un café cerca de la casa donde ella hacía babysitting, vio al que hacía el café, se interesó y se fijó a ver si había alguien que le pudiera dar algún dato. Vio a un buen señor con aspecto a dueño y se le acercó a preguntar si sabía si el muchacho que hacía el café estaba casado, comprometido, o al menos tenía una cierta libertad. El dueño - efectivamente era el dueño - muy contento le dijo que el chico se llamaba Chris y que estaba casi seguro que estaba libre. Flora se acercó a Chris y muy primorosamente le preguntó que si estaba libre esa noche ¿no podrían salir a tomar algo? Chris le contestó que estaba comprometido para esa noche, cosa que avergonzó a la niña, pero no tanto como para no dejarle una nota con su número de teléfono, por si algún día él tenía ganas de salir. Se fue a babysittear y unas horas después llegó una llamada donde Chris le decía que había solucionado el compromiso de la noche y podían salir a tomar algo. Y salieron.

La versión de Chris fue que una chiquilina se le acercó y le dijo: “Estoy de paso por acá pero voy a estar libre toda la noche. ¿No querés salir conmigo?” Digamos, oferta de amplio entendimiento.

El dueño, que estaba en el casorio, declaró que él recuerda como buena la versión de Flora y que Chris inventó todo. Lamentablemente, la versión que me dio Flora hace unos 9 años fue exactamente la versión de Chris. Mucho más razonable, como es obvio.

Y después de prometerse amor para siempre, empezaron a besarse mientras todos decíamos 'tenemos hambre’ y de ahí a comer. En realidad, fue una ceremonia linda que evitó los tropiezos mayores.

Ya bajo la carpa y con comida delante, empezaron los discursos de los padres de los novios. La madre de él había empezado la ceremonia, por lo que le tocó el turno al padre, hombre con un excelente sentido del humor.

Y ahí pasó Malalo, que había escrito un poema, del estilo que muchos le conocemos, cosa que resultó algo graciosa, dado que la concurrencia entendió poco gracias a la terrible pronunciación del inglés que en 40 años acá no logró mejorar. Y ahí agarré el micrófono y largué un discursito que aterrorizó tanto a Flora como a Gastón, que estuvieron a punto de saltar y sacarme de ahí en medio del tal, por el temor a que me salieran las guarangadas de costumbre. Pero me comporté como buena suegra y elogié todo lo que me pareció bien: agradecimiento a los consuegros por haber organizado eso sin nuestra ayuda y elogios a los novios por lo lindos, inteligentes y enamorados que eran. Fue recibido con grandes llantos por parte de la novia pero sin siquiera una lagrimita de parte mía. No se por qué.

Igual me puse a pensar en los rituales. No había caso. Metida en medio de una ceremonia, no religiosa ni demasiado seria, me intrigaba la razón del orden de los sucesos y lo bien que pudimos adaptarnos, o al menos aprender esa adaptación.

Por alguna razón recordé el casamiento de mi hermana, cuya suegra era judía religiosa y quiso jupe. Mi papá había organizado la fiesta para 500 personas en el Zhitlovsky, cosa que aseguraba que ni soñar en armar jupe ahí. Mi hermana declaró que todo le importaba un carajo y se armó carpa en el living comedor minúsculo del apartamento chiquito en la Ciudad Vieja, donde vivían los padres del novio. La suegra, bastante enojada por la ausencia de mi papá, le preguntó a mi mamá ‘¿Quién va a entrar a la novia? Tiene que ser el padre”. Mi mamá, con un sentido del humor desconocido en otras circunstancias, le contestó (en idish, por supuesto) algo así como ‘Si es necesario, el propio Mesías va a venir a entrarla’. Por lo que uno cualquiera de mis tíos agarró a mi hermana del brazo y la metió bajo la carpa para que esa ceremonia siguiera sin dramas. Creo que nunca le perdoné a mi hermana esa debilidad. Y no sé si alguien pensó que el padre debía haber sido más comprensivo y haberle dado el gusto a su mejetéineste. Siempre pensé que mi papá tuvo razón.

Como es obvio, nunca me casé con rituales de ningún tipo. Hubo un par de comilonas pero nada de entrar de blanco bajando las escaleras… A medida que se me agregaban matrimonios, cada vez hubo menos orden y progreso.

Pero ¿y Portillo? No hay caso, no somos nativos. El inmigrante sigue siendo inmigrante. Resulta que 35 años en Chicago no fueron suficientes para enterarnos que había una casa tradicional de franfruters. Portillo’s. Y que el dueño hace un par de años declaró que ya había trabajado demasiado y que bua. Casi se arma revolución. He aquí que hace un par de meses mi barrio estaba agitado, diciendo “Está abriendo un Portillo’s a pocas cuadras de acá! Y hasta tiene estacionamiento!”  Hoy decidimos ir a probarlo y vi la cara de emoción de Malalo. Pegó un mordizco y dijo “como de La Pasiva!”. Si, los franfruters, - que ahora para mi terror se llaman ‘panchos’ (eso de haber dejado que la palabra porteña ganara, me enojó. Lo único que falta es que en Uruguay empiecen a decir ‘inodoro’ en lugar de ‘batercló’) - son igualitos. Y hasta la mostaza es bastante parecida. Y fue hasta emocionante. O sea que si no volvimos a Uruguay, nos trajimos un pedacito de Uruguay para acá.

Pero ‘acá’ es un lugar problemåtico y estas elecciones de noviembre, complicadas. Dos candidatos, uno peor que el otro. Un maniático racista, misógino y guarango contra una mujer que representa lo peor del gobierno de los EEUU.

Vivir acá, para mí, tiene de fantástico algo que los uruguayos no tienen: diversidad. Ir por la calle y escuchar 10 idiomas por cuadra, no es tan raro. Tengo una amiga de Burundi, un guatemalteco, varios japoneses, un príncipe nigeriano que se quiere casar con una rusa, latinos varios, hindúes filósofos, la alemana, y bueno, algunos americanos.
Y los llamo ‘americanos’ porque así se llaman ellos a sí mismos y nadie tiene derecho a decirles que no deben llamarse así. Claro, tampoco los ‘americanos’ tienen derecho a decir que no podemos llamarlos ‘estadounidenses’ porque eso es cosa nuestra. No me entusiasma porque es como si otros nos llamaran a nosotros ‘republicanos’. No tiene sentido.

Pero esa virtud de tener gente de todo el mundo, se paga con otra idea muy americana. El “excepcionalismo”. Como uruguayos, siempre nos tiramos para atrás y andamos disculpándonos por no ser ni siquiera argentinos, sabiendo que por supuesto somos mejores que ellos. Pero acá realmente la gente cree que éste es el mejor país del mundo y que se lo merecen. El haberse desarrollado a costa de la esclavitud, suele olvidarse de a ratos. Y vivo en un país donde se palpa la colonización, la manipulación de Latinoamérica, el desprecio a Africa, el paternalismo con respecto a Europa (“nos sacamos de encima a los reyes en 1776 pero Europa todavía carga con la realeza”), la asquerosa relación de EEUU e Israel (claramente, los dos gobiernos se tienen agarrados por las bolas y se usan mutuamente), los drones enviados por Obama (el dichoso premio Nobel de la Paz, que Noruega podría exigir que se lo devuelvan) y esa idea de que hay que exportar la famosa democracia, que está algo más estropeada últimamente. Me siento culpable muchas veces, pero …

Como dije, los temas no están relacionados. Voy a ver si lo logro.