Sunday, April 16, 2017

2017 tax-march

Un sábado en Chicago, de lo político tirando a lo surrealista.
El 15 de abril es el día que vence el pago de los impuestos a todo lo que alguien ganó en el año. Día temible que viene después de horas de juntar papeles, ver cuánto se puede descontar y hacerlo. Pero este es el año de Trump.
Por razones ininteligibles, todos los presidentes desde 1970 muestran los últimos 5 años de pago de impuestos. Se supone que esto demuestra ‘transparencia’. Bua, que Trump no es un presidente común, por lo tanto no mostró nada. Se sospecha que es porque en realidad no pagó nada, gracias a las manganetas que hace con sus negocios inmobiliarios, que le permiten demostrar que en realidad perdió plata por lo que no ganó nada que genere impuestos. Él declaró que eso demuestra su inteligencia. No se le puede negar.

Se había organizado desde hace unas semanas la ‘tax-march’ (marcha de los impuestos) en todas las ciudades grandes de los eeuu. El hecho de que esta misma semana Trump, de apuro, despachó 59 misiles a Siria y ‘la madre de todas las bombas’ inesperadas, no borró la razón de la marcha aunque aminoró un tanto su efecto de shock.

En Chicago, a las 11am, estaba citada la marcha en la plaza Daley (lugar normal de reuniones políticas). Había entre 2000 y 4000 personas (magnífico conteo del Chicago Tribune). Llegamos, vimos a los eternos viejos anarquistas vestidos como les parecía que mejor se burlaban de Trump, pero también mucha juventud, cosa que nos levanta el ánimo. Las pancartas que llevaba la gente eran todas hechas en casa, y denotaban el gran espíritu de magnanimidad y emoción que se siente.. Muchas decían simplemente “Fuck Trump”.

Anduvimos un rato buscando gente conocida (a veces sucede), hablaron muchos oradores y al mediodía se largó la manifestación, con total orden, policías amigables y música de tamboriles, que nos trae ciertos recuerdos.

Por supuesto me dio hambre y nos fuimos a comer a un lugar relativamente nuevo llamado ‘Latinicity’. El nombre no indica qué se come sino quién cocina en los diversos kioskos étnicos que ocupan todo un piso enfrente de la Plaza donde se realizó el acto. La comida se supone que es de todo el mundo, pero los que cocinan y atienden son absolutamente todos mexicanos (tal vez me equivoco y pueda haber algún venezolano, pero no importa).

Entramos y mientras yo me lanzaba al mostrador de comida china, Manuel se fue al de sushi. Por supuesto, no es necesario hablar en inglés. Ni una palabra. Lo intentamos pero ni ellos nos entendían ni nosotros a ellos. Mi mexicano de turno era dicharachero y divertido y el de Manuel también.

El mío no tardó nada en presentarme el pedido y avisarme que lo pusiera en la escudilla, para ir a buscar cubiertos y condimentos a una mesa que estaba por ahí. El de Manuel demoró más, por lo que fui, con escudilla y todo (supuse que era una ‘bandeja’ y creo que le emboqué) a reunirme con él. El mexicano de Manuel me saludó y al irnos me dijo: “Buen provecho, madre”. Casi se nos caen las escudillas.