Monday, June 25, 2012

Duda de elección de pareja

Duda. Cómo elegir y mantener pareja, mezclado con el racismo y otros -ismos.


En una sociedad, ser parte de una minoría, ¿te convierte automáticamente en una persona menos racista/sectaria/intolerante (¿hay alguna palabra en español que signifique todo eso junto?)? Como buena inocente, yo pensaba que sí. Un judío no puede ser racista. ¡Ja! Ahora ya me resigné a que, por supuesto, puede. Es parte del ser humano el mirar con cara rara al ‘otro’ (dijeran los antropólogos) y pertenecer a un grupo perseguido, no te salva. A ver… Traté de analizar cómo me funcionaba la cabeza, a partir de un detalle como el que sigue:

Hace unos años me preocupaba que mi hijo fuera homosexual por lo difícil que sería para él conseguir pareja que realmente funcione bien – sin un ‘me tengo que conformar’, o ‘no debo ser tan exigente’. Dentro de la población general los homosexuales tienen menos oportunidades de encontrar pareja interesante dado que los porcentajes no los favorecen. Supongamos que la cantidad de homosexuales sea el 10% de la población – que es lo que ellos sugieren (cifra no verificada). Los heterosexuales son el 90%. Un hombre heterosexual tiene para elegir una entre todas las heterosexuales del sexo opuesto (eliminemos las de edad no propicia, más las ya en pareja o las simplemente desinteresadas). De todos modos, la cifra es bastante alta.

Pero entre ese 10% de homosexuales (5% hombres, 5% mujeres), a mi hijo le queda formar pareja con alguien de solamente ese 5% de la población. Como además tiene que encontrarlo entre la gente que conoce, que no es tanta, no es un resultado alentador.

Pero me puse a pensar si la cifra de ‘muchos’ entre heterosexuales es realmente correcta. Para los hombres, la respuesta es fácil: cualquiera que tenga tetas, sirve. Para las mujeres es más complicado – no nos guiamos por bultos a la vista. Y para mí, aunque sin pretensiones objetivas exageradas pero bastante constreñidas en lo social, podría ser más difícil aún. Ahí empecé a preguntarme cuántos de los porcentualmente aceptables, me servirían como pareja. Al plantearme esa pregunta, y responderla, dejé de entender cómo me pude casar aunque fuera una sola vez. Soy insoportable.

Claramente, nadie puede considerar como pareja probable a todo el mundo del sexo opuesto y en condición de libertad. Tal vez no todos acepten esto, pero yo sí. No quiero aparecer presumida, sino sincera. Hay que decantar. ¿Dónde empiezo con las eliminatorias? Política, religión, clase social, etc.

1) Bueno, personalmente empiezo por la política - tema sobre el cual, sin discusión, no veo posibilidad de aparearme con un ajeno. No podría tener nada en común con alguien de derecha. Punto. No me imagino ni dos minutos la vida con un reaccionario que pueda estar de acuerdo con golpes militares, que crea que las guerras organizadas por los EEUU en el mundo sean legítimas, o que piense que los gobiernos deban desentenderse de los pobres (me parece que en esta bolsa meto a los anarquistas también, pero es cosa de discutir). La derecha, afuera. O sea que ya eliminé por lo menos a la mitad de los posibles.

2) Vayamos a la izquierda. ¿Pero qué izquierda? Ultras, no. No puedo definir qué es ser ‘ultra’, pero los reconozco cuando los veo (como el famoso dicho sobre la pornografía). No me imagino vivir con alguien que cree que por el hecho de que al fin él se dio cuenta de las desigualdades sociales, su sola intervención va a hacer que ese tema se resuelva mañana de mañana. No hay hombre (ni mujer, por supuesto, pero como soy mujer, hablo de los hombres) que me pueda convencer que con esas ideas, puede ser pareja para mí. En mi modo de pensar, para todo lo que sea cambiar el mundo hay que romperse durante muchos años. Y en plural, no en singular. En masa. Magia no hay.

Bueno, eliminé la ultra izquierda. Quedan los del medio. Los livianamente llamados troskos, bolches, socialatas, anarco-sindicalistas… No me meto a definirlos, porque no sé demasiado bien qué diferencias reales tienen ahora. Pero por ahí hay gente aceptable. O sea que todavía hay bastante entre quienes elegir. Pero… ¿terminó aquí mi problema? No, por supuesto que no.

3) Entonces sigamos: la religión. ¿Puedo enamorarme de alguien que cree que algo volando por ahí crea y dicta nuestra vida? No, de ninguna manera. No puedo ni imaginarme en convivir con un religioso, sea de la religión que sea, y escuchar constantemente las paparruchadas y supersticiones de los creyentes. Y por suerte, me estoy volviendo cada vez más intolerante. No puedo terminar de entender a alguien que crea que el mundo es tan complicado que no pudo evolucionar naturalmente y que entonces sea razonable pensar que ‘algo’ lo haya fabricado. Y que ese ‘algo’ tiene control sobre lo que cada uno de nosotros hace. Imposible.

Tengo amigos religiosos, pero también me falla bastante el respeto total hacia ellos. Uno es un buen amigo, cura católico, que vive en una reserva indígena en Montana. Estudiamos maya yucateca intensivo, juntos, en una clase de 3 personas, varias veces por semana, horas y horas por día, todo un año. Y pasamos muchas dificultades personales, ayudándonos en lo posible (lo hice ir a AA), pero me gustaría entenderlo más y no puedo. Llego hasta ahí y nada más. Decidimos no hablar sobre religión porque en menos de diez minutos, dejaríamos de ser amigos. O sea que ni siquiera damos nuestras opiniones. Soy su única amiga, judía, atea y boca sucia, lo que le resultó muy gracioso a su madre.

4) Bueno, liquidé a la derecha, la ultra-izquierda y la religión. ¿Entonces qué me queda? Un cierto grupo de izquierda, ni muy de un lado ni muy del otro, y recién ahí empieza la sub-selección. Digamos, me quedo con la gente que pertenece – o al menos es de ideología cercana - al grupo político en el cual yo creo. ¿Pero me sirven todos los humanos del sexo masculino de ese grupo?

5) Llego a algo molesto, como la clase social, o al menos cultural. Si no quiero ser falsa conmigo misma, tengo que admitir que no puede ser demasiado diferente de la mía (ojo, dije ‘demasiado’ y no ‘un poco’). No me imagino mantener conversaciones diarias con alguien de clase muy alta, ni de clase muy baja (y esto me disgusta de mí, pero prometí no mentirme. ¿Seré tan presumida?). Tal vez, pero creo que la explicación es bastante simple: sucede que no conozco gente fuera de mis grupos de contacto. Y mis grupos están integrados por personas que tienen algo en común conmigo. Parece obvio. Tengo amigos de todo nivel, por supuesto, pero para pareja, ya es distinto. En realidad, admito que tenemos que tener un nivel sociocultural bastante parecido.

6) Y así, eliminando y eliminando, igual parecía que quedaba aún un sólido grupo propicio. Pero si agrego: ‘debe ser judío’- por eso de compartir códigos- ahí hay un sub-grupo dentro de los judíos con quienes sé que no puedo estar de acuerdo. Simplemente, no puedo entenderme con los sionistas. Y mucho menos, vivir con uno.

Para tener una base en común y el humor compartido durante más de 30 años de colectividad, los únicos que aparentemente me quedaban eran los miembros del Zhitlovsky, institución a la que fui desde nacida (e incluso antes). Por haber nacido dentro de esa colectividad, nunca me hizo falta buscar amigos afuera. Nací ya con amigos. No estoy segura si esto nos benefició o fue lo contrario. De chica, eso fue bueno. De adulta, ya no tanto. Hay mucha gente en el mundo exterior. Sin embargo, mis amigos de la infancia se casaron entre sí. Casi todos armaron pareja con alguien a quien conocían desde niños. Alguna razón habrá.

¿Entonces, como pareja, tenía que ser sólo alguien del Zhitlovsky? ¿Será cierto? Obviamente no, porque recién ahí empezaban las diferencias personales, los gustos, el humor, la manera de actuar y al fin (o no tan al fin), lo físico. Y eso tan vago que se llama ‘amor’.

Y entonces empecé a casarme. Mi primer marido tenía las cualidades necesarias, aunque no era uruguayo (cosa que aparentemente no es una prohibición) sino argentino. El segundo, aparentemente, las tenía todas, inclusive pertenecer al Zhitlovsky, pero la pareja tampoco fue duradera. La época del golpe en Uruguay destrozó muchas parejas razonables.

Y entonces, ¿no había más nadie ‘aceptable’ entre mis conocidos? Siempre fui parte de otros grupos interesantes, sobretodo en épocas de estudiar arquitectura, pero no había caso, eso no me llamaba la atención.

No nos atrae cualquier amigo, por más cercano que sea ni por más que ‘pensemos igual’.

(Esto me lleva a una dudosa anécdota personal, relacionada a Varlotta/Levrero. Un día, estando yo de visita en su casa, aparece un amigo que aparentemente venía a hablar con Jorge. Todo el mundo, cuando tenía líos interiores o exteriores, problemas de pareja, angustias existenciales, chifladuras de todo tipo, iba a la casa de él a soltarlos. Era una casa de locos, dirigida por el loco mayor, que era el mismo Jorge. El amigo entra y Jorge me lo presenta con un "y éste es Manuel D., el mejor escritor del mundo, pero el muy imbécil se dedica a la biología". Yo estaba, sin saber por qué, de pantalón amarillo ajustado y camiseta naranja, con un escote más allá del puritanismo. El tal Manuel D., a punto de irse a Brasil a trabajar, decidió mostrarme un libro que llevaba encima, con unas feroces arañas peludas – no me vengan con interpretaciones tontas. Eran realmente arañas – y yo puse cara de interés. Un tiempito después, Jorge recibía una carta de él desde Brasil diciendo que “aún recordaba la pechuga de la snob y botarate Elisa S.” Textualmente, ‘snob y botarate’. Me fascinó que alguien recordara mi pechuga – casi inexistente por cierto - y no mi largamente elogiado cerebro juvenil (y todo porque sacaba buenas calificaciones en los estudios y nada más que eso. Ser “la mejor de la clase” no es sinónimo de ser ‘inteligente’. No sé definir “inteligencia”, de todos modos. Si alguien lo sabe, por favor, avísenme).

Cuando vi a ese amigo la vez siguiente, meses más tarde, y ya ambos aparentemente en plena búsqueda –aunque yo seguía sin darme cuenta- y con intención de charlar, fuimos a un café. Y ahí dije inmediatamente algo, totalmente fuera de contexto que, si él hubiera sido sensato, me tendría que haber descartado sin más: -“Sí, soy amiga de Jorge, pero mirá que yo pienso como vos-“.

¿Qué otra idiota diría ‘yo pienso como vos’, para sugerir línea política, años de estudio y demás? Evidentemente, la tontera me sentaba bien. Y lo de ‘botarate’ era muy generoso en comparación con la realidad.

Muchos años después, ese amigo y yo, ya casados desde hace 36 años y con hijos, y toda una vida juntos que tuvimos hasta ahora, nos reímos al recordar esas primeras conversaciones. El hecho es que, aparentemente, Manuel tenía todas las cualidades que lo hacían digno. Todas, menos ser judío. Claramente, eso para mí no tuvo ni la menor importancia. No digo que no me lo planteé como problema, pero lo descarté en menos de 30 segundos.

Estas disquisiciones me empezaron a convencer que soy rígida, intolerante y feroz, y que no debería haber sido posible para mí conseguir ni un solo marido, ni mucho menos los tres razonables que me tocaron en suerte.

El resultado del proceso me lleva a pensar que, en realidad, mi hijo no está en peor situación que la mía ni de la de cualquiera de nosotros. Seguramente, al tener menos población elegible, la tolerancia es mucho mayor y ni siquiera la siente como tolerancia. A él no le molestaría pasar la vida con alguien que fuera religioso – y tal vez él mismo tiene una veta espiritual- , e incluso que no fuera realmente politizado. Veo que nada de eso entra en sus cálculos. Las cualidades que él busca en una pareja no se parecen en nada a las mías. Y de hecho, su homosexualidad lo hace más interesante como persona. ¿Será posible? ¿Todo termina en una balancita y acomodamos los platillos tanto como sea necesario?

Y en cuanto al racismo, seguimos sintiendo que hay gente diferente a nosotros, que no todos somos iguales, pero que tenemos que abrirnos un poco de ese camino demasiado marcado por el Zhitlovsky. Tal vez tengamos que dar un pasito por día, ¡pero darlo!

Lo que más me interesa de mi vida en los EEUU fue haber podido encontrar tantos inmigrantes, gente de todo el globo, de culturas tan dispares que ni se nos pasan por la imaginación y que, como solía decir una vecina amiga, hindú, con matrimonio arreglado por su padres, ‘todas las personas tienen algo por lo cual podemos quererlas’.

Multiculturas en los EEUU

Multiculturas en los EEUU.


Una de las cosas más fascinantes para mí en este país es la multitud de grupos étnicos diferentes que aparentemente conviven, con o sin problemas.

Ayer en el gimnasio, donde mi vecina (que cumple 80 años en diciembre) y yo tenemos a medias un entrenador personal, había un hombre con cara furiosa levantando pesas y se le veía en el brazo un tatuaje de letras en el alfabeto hebreo/idish. Mi vecina se moría por saber qué decía, y yo vi las letras pero ni idea de la palabra total en hebreo. Lo que vi fue ‘d v d’. No pensé que fuera publicidad gratuita de películas para televisión, por lo que simplemente me acerqué y le pregunté. El tipo, que tenía aspecto fiero cuando tenía las pesas en el aire, resultó un buen muchacho que enseguida me preguntó si conozco ese alfabeto. Le dije que sí y me dijo que el tatuaje decía ‘dovid’, que era el nombre de su padre. Ah, bueno. Enseguida le pregunté de dónde era él. Esa pregunta es terriblemente común en los EEUU, pero casi desconocida en Uruguay, donde todo el mundo es de Montevideo, parece…

Me dijo que él era cruza (todos decimos lo mismo) porque su padre era húngaro israelí, su madre mexicana, él nació en – no puedo recordar el país, pero era lejos y nada relacionado a su familia – y su esposa es polaca pero cristiana. Difícil declarar ‘yo soy xx’.

Por supuesto me preguntó de dónde soy yo, y la cantinela es ‘nací en Uruguay, padres polacos judíos que emigraron en los años 20, y marido mitá español, mitá italiano, pero no judío’. Como ven, cuando alguien me pregunta de dónde soy, tampoco tengo una respuesta corta. Realmente, la mezcla de etnicidades, idiomas, culturas, da resultados interesantes.

Desde el gimnasio salí a dar un tour de arquitectura, cosa que suelo hacer los viernes. Como ese día me salvé porque había menos gente, ya que estaba en el centro decidí ‘ir de compras’.

El resultado es siempre el mismo: entro a muchísimas tiendas, me pruebo de todo y no compro nada, porque ni necesito ni me queda bien. Recuerden que aquí todos los lugares son sin empleados, - vos mismo buscás lo que querés y vas a los probadores, así que no jorobo a nadie con mi indecisión.

Y llego a un lugar interesante, donde venden todas las cosas de marca que, por falta de talles, no pudieron vender en la tienda pituca central. Como de costumbre estaba lleno de gente, con cola para entrar al vestidor. Hay además, grandes espejos por todos lados y ahí me veo a una musulmana, vestida con su armadura total, con una ranura a la altura de los ojos por la cual podía mirar. Estaba en la zona de vestidos de fiesta, y muy tranquilamente los agarraba de a uno, plateados, sin espalda ni tiradores, y se lo probaba delante del espejo. No pude entender si pensaba comprar y usar algo así (tendría que llamar a la policía para defenderse porque su familia la mataría de pura vergüenza), si lo usaría encima del atuendo negro, o tal vez debajo, para atraer a su marido con métodos bastante comerciales. Lo cierto es que no sabemos lo suficiente de otras culturas en el mundo.

Al volver, cerca de una esquina tengo delante a dos buenas señoras, una que apenas caminaba y la otra con un bastón para poder moverse. Las paso y enseguida escucho desde atrás unos gritos. Una de las señoras que se estaba cayendo hacia atrás (en una caída más bien lenta, tratando de no romperse la crisma), tenía encima un hombre, que estaba también cayendo con ella.

Desde el suelo, el hombre levantó los brazos al aire para que se viera que no trataba de hacer nada, y que todos los que llegamos corriendo a ayudar a ‘que un negro no le robara a una anciana blanca la cartera’, estábamos totalmente equivocados.

La señora desde el suelo se puso a gritar que todo estaba bien, que lo que había sucedido fue que al caer se le levantó el bastón y con el mango curvo enganchó la pierna de un señor – de edad mediana, negro – que estaba en la parada del ómnibus. Así enganchado se cayó, directamente encima de la señora.  Me dio mucha vergüenza haber sido parte de la patota que lo primero que pensamos era lo tradicionalmente esperado. Negro ladrón, viejita blanca buena. Es que uno en este país aprende a ser racista.