Monday, February 7, 2011

De la MutaRalista

De la MutaRAlista (agradezco que al leerlo incluyan las r guturales – que escribo con R mayúscula, tal como la pronuncian los hablantes de idish.)


Si bien admiro el tesón conque los miembros de la colectividad tuvieron que aprender castellano, sin profesores ni tiempo libre ni recursos necesarios, tampoco puedo evitar reirme de la pronunciación de algunos de los personajes. Por supuesto, algunos tenían más problema que otros, y no siempre era posible entenderlos bien.

Dada la hipocondria de la colectividad, la Mutualista Israelita del Uruguay (ahora MIDU, pero siempre la ‘MutaRalista’), era un lugar natural para relaciones sociales. Todos los socios se conocían entre sí y los médicos tenían que aceptar la idiosincrasia de los pacientes. Más pacientes ellos que la clientela.

Ya conté antes cómo mi mamá se las arregló para que le mandaran un electrocardiograma. Mi hermana trabajó años como empleada del lugar y juntó una serie de anécdotas que, lamentablemente, no quedaron escritas. Veremos cuáles recuerdo, con la ayuda indispensable de amigos que también tienen sus recuerdos. (Sobretodo Leonardo, cuya hermana trabajaba allí junto con la mía). Las muchachas que trabajaban allí eran ‘Clara, Rosita, Chana e Isabel’. Cada una con su vida particular, pero en realidad, a todas les gustaba el trabajo. Buen ambiente, nada particularmente estresante. El único requerimiento era que supieran hablar idish, dado que muchísimos de los clientes no sabían suficiente castellano.

En una época tomaron a otra empleada recién casada con un personaje conocido (me salteo el nombre, porque no interesa, realmente), que tenía algunos problemas con la realidad. Al poco tiempo de estar allí, le contó a todas las chicas que su marido se había enojado sin necesidad. Que a ella no le gustaba la terminación brillosa de sus muebles nuevos, por lo que agarró una Gillette y raspó cuidadosamente ese lustre. Y siguió sin entender el enojo de su nuevo marido.

Como el mostrador quedaba en un primer piso, una de las diversiones de las muchachas consistía en mirar desde arriba y ver las cabezas que empezaban a aparecer desde el piso de abajo de la escalera. Con eso, apostaban a ver quién reconocía a la paciente de turno. Nada de esto es gracioso, salvo que siempre se equivocaban con las mismas personas, tomando una por la otra. Esas personas eran : mi mamá, la madre de Leonardo (mi ex -marido) y una tercer señora que aparentemente fue novia o amante de mi papá durante muchos años. A veces esto me parece altamente incestuoso. Pero desde arriba eran claramente idénticas.

Las anécdotas son cortas pero inolvidables. Enormes grupos de gente esperando que ‘las muchachas’, anunciaran el nombre del médico de turno y la entrega de números para los pacientes. No se hacía cola, sino que c/uno recordaba en qué orden había arribado al sitio y vociferaba si alguien cometía una equivocación, real o inventada. Algún inconveniente siempre existía. Cuando algún familiar de una de las muchacha tenía que ir al médico, quedaba mal darle el número 1, porque se vería que era trampa, por lo que la costumbre era que nos dieran el No.2. Así nadie sospechaba que teníamos cuña.

Una vez, en medio del tumulto, se escuchó una voz algo profunda de mujer grandota que le decía a su marido petisito: “ JeRemías, tenme la caRteRa que voy a oRinaR”. A nadie pareció sorprenderle.

También existió una señora que fue al médico porque decía que se pasaba el día eructando. Lamentablemente, no le sucedió ni una vez en todo el tiempo de la consulta. Salió de lo más enojada pero de repente se dio vuelta, entró al sucucho donde el médico ya estaba con otro paciente, y le gritó: ¿Ve, doctor? así: ¡eeerppp! (como detalle, la palabra es idish es absolutamente onomatopéyica: ¡gRepts!

Otra historia eran las llamadas telefónicas. Si bien era difícil comunicarse frente a frente, el teléfono creaba reales traumas. Y el viejo chiste de los supositorios le sucedió a mi hermana en una de esas llamadas. Una señora llamó a protestar porque los supositorios que le había recetado el médico, no le hacían ningún efecto. Ya con el chiste en la cabeza, por si acaso le preguntaron cómo los usaba. “Los trago con leche”, aclaró la señora. Mi hermana ya empezó a aguantar la risa y le dijo que no los tomara, sino que se los pusiera en el ano. “¿En el qué?” preguntó la señora. La respuesta fue “El ano es el recto. Póngaselos en el recto, señora”. “¿Qué, dónde?”. Suspiro y mi hermana entonces largó en su impecable idish: “Shtup es arayn in hintn arayn! “Tuvo que colgar de inmediato porque todos, empleados y pacientes, estaban rodando por el suelo.

Los tres médicos más requeridos eran Mendl SváRez (cirujano, y todos querían ser operados de alguna cosa. Que te hayan dado pase a él, era cuestión de status. Y si no tenían pase, se anotaban igual para convencerlo de la necesidad de alguna cirugía), MaRcos CuReñe (no recuerdo su especialidad) y el Dr. KeRoyle, que tenía un gran seguimiento y un aura ya de culto religioso.

Aclaro que los nombres reales eran Suárez Meléndez, Marrizcurrena y Queirolo. Ni modo de lograr que fueran bien pronunciados. A este grupo se agregaba el Dr. Viana (removedor de amígdalas), el Dr. Urdampilleta, el Dr. Koziol, y varios otros selectos galenos. Dependiendo de las enfermedades que cada familia decía tener, esos eran los médicos que aparecían. Yo no conocí a muchos. Mi madre decidió que nuestra familia tendría problemas del aparato digestivo y nada más.

A este grupo se agregaba un cierto practicante – que venía a dar inyecciones a domicilio, cosa que quizás se siga haciendo en Uruguay, pero en mis años en los EEUU, aprendí que esas cosas por aquí no suceden. Ningún médico viene a verte, por más semi-muerto que estés. Te levantás y vas vos, aunque sea a pie y con una pierna quebrada. Lo único que recuerdo de ese practicante, a quien yo odiaba de todo corazón, era que me había tenido que dar varias series de antipiógenas, terriblemente dolorosas, que no suelo recordar para qué servían. Y también una enorme cantidad de ‘hígado y calcio’, que dejo para otro cuento. Lo que recuerdo es que tenía un VW, por lo que el ruidito de ese auto delataba su llegada y me daba tiempo a correr a meterme en un ropero. Nunca tuve mucha suerte. Ah, y él siempre usaba moñita y no corbata.

El tal practicante no quería recibirse, porque en realidad el sueldo que tenía no era malo y no tenía demasiada dificultad en pinchar culos. Veinte años más tarde se recibió, y pasó a ser doctor full time de la misma mutualista.

Lamentablemente tengo que agregar a la lista al Dr. Potrillo (en realidad, Portillo, pediatra) que era un asco de persona. Su habilidad para tratar niños llegaba a la exquisita tortura. Y también sus grandes errores de diagnóstico. Me arruinó los primeros 7 años de vida. Como yo vivía con diarreas (hábito que mantengo con gran honor hasta ahora y aún recuerdo a mi madre gritándome: ¡Cómo puede ser que a vos no te cueste ningún trabajo lo que para mí es tan difícil conseguir! ) el gran médico me diagnosticó ‘dispepsia’, (aún no sé lo que es), y una severa dieta de: leche varias veces por día, cáscara de pan tostado, una rajita de jamón, arroz, zapallo, jugo de carne, banana pisada, manzana rallada, sopa de sémola o tapioca y NADA MÁS. Siete años comiendo eso mismo, 4 veces al día. Por supuesto, principios de raquitismo, que es lo que me anotaron en el carnet de salud cuando tuve que sacarlo antes de ir al liceo. Esa dieta era una mierda y extrañamente a nadie en mi flia. se le ocurrió que si después de 7 años yo seguía con esas diarreas, era hora de tal vez consultar a otro médico.

La suerte al fin me ayudó, ya que el Dr. Potrillo se fue, al fin, de la mutualista. El sustituto fue el Dr. Caritat, hermano del de la poliomielitis. Cuando lo vi por primera vez y miró mi historial, casi le da un ataque y ahí dijo: "Desde ahora, ella puede comer de todo" !!!

Recuerdo lo que sentí. Se me cortó la respiración y me puse a llorar. Y entre lágrimas, pregunté: "¿fainá, chocolate y helados también? ". Jamás había probado ninguna de esas maravillas (ni siquiera una torta de cumpleaños). Y Caritat dijo: Señora, de camino a tomarse el ómnibus, antes que crucen la calle, entre a la pizzería X y que coma fainá y un helado de chocolate bien grande! (no me puedo acordar del nombre de la pizzería grande de la calle General Flores, a una cuadra de la Mutualista. ¿Era Tasende?

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