Monday, December 27, 2010

2009 - de reencuentros con el idish

De mis reencuentros con el idish. (Octubre 2009)
El fin de semana pasado fui a la Gran Siete a ver un espectáculo dado por una historiadora lituana, con excelente voz. O sea que era ella, su guitarra, y explicaciones sobre los orígenes y usos de viejas canciones portentosas en el gueto de Vilna. Y enseguida el canto, con una espléndida voz de llanto perpetuo.

Fui con una amiga, ex – gordita que hace un par de años pasó por una cirugía bariátrica estupenda, por lo que ahora pesa más o menos lo mismo que yo (eso significa que ninguna de las dos está en la categoría en la que la gente se imagina el uso de la palabra ‘sílfide’).

El acto fue en el Museo del Holocausto, en Chicago. Ya el nombre aclara quienes compondrían el público. Y no solamente la etnia, sino también la edad. Como será ese público, que mi amiga y yo estamos en la categoría de ‘sheyne méydalakh’ (‘lindas chiquilinas’, o algo así). Triste la cosa.

Empezaba a las 13:30, - aquí tengo que dar un rodeo para explicar la razón de ese horario, que solamente se considera razonable después de muchos años en los EEUU, rodeados de gente de más de 65 años de edad. Los restaurantes hacen el 50% de descuento a los jubilados, siempre y cuando entren a cenar antes de las 16:30. Este público era exactamente el adecuado para tal metsíe. Las próstatas y vejigas, además, obligan a que esos conciertos no puedan ser de más de una hora y media, de modo que a las 15:00 todos ya están subiendo a sus respectivos autos y pronto estacionarán en los lugares para discapacitados que obligatoriamente tiene todo restaurante.

Extrañamente, con el cartelito en el auto que tiene el logo de una silla de ruedas con una cabeza arriba, tampoco tienen que poner moneditas en los parquímetros, cosa dudosa porque ser viejo y discapacitado no significa automáticamente ‘pobre’, sino a veces todo lo contrario.  Mi vecino, (Kaganove), con problemas de salud, tiene uno de esos cartelitos que cuelga en el auto para poder estacionar cerca de las puertas de entrada en todos los lugares que tienen lugar para estacionamiento y así no tener que caminar mucho. Bueno, que me gusta salir con mi vecina, la esposa del enclenque. Ella es la fiera de 77 años que me hace ir a gimnasia y boxeo dos veces por semana. Pero cuando salimos juntas y llegamos al lugar de las compras, inmediatamente esgrime el tal cartelito, estaciona tan cerca como sea posible y yo tiernamente la ayudo a bajar mientras ella renguea para el público en forma totalmente desenvuelta. Pero creo que me fui del tema. Volvamos al concierto.

Los mandamases del museo no abrieron las puertas hasta las 13 hs a pesar de saber que la gente llegaría muchísimo más temprano – los judíos no son demorones. El salón es como para 300 personas y las entradas se habían agotado hacía ya tiempo. Eso significa que hubo una larga cola de interesados que se iban colocando y empujando de acuerdo a sus necesidades específicas.

Adelante se metían los de los bastones (14, contados uno por uno). Después las muletas y andadores (2 y 8 respectivamente). Algunos andadores están especialmente equipados con una especie de asiento que se baja en caso de necesidad. La pelea surgió debido a los tanques de oxígeno (5), que por alguna razón se sienten con derecho a pasar antes que otros discapacitados. Las sillas de ruedas (7) quedaron para el final, porque total, no necesitan butacas. Nosotras quedamos por el medio.

La gente empezó a entrar al salón apenas abrieron, pero creo que decir ‘tromba’ sería totalmente inadecuado. Pocas veces vi a tanta gente apurándose con tal lentitud. A codazos, naturalmente, y a los gritos, pero en fila lenta y pertinaz.
Se llenó inmediatamente, con gente afuera gritando que no hay derecho, que las entradas agotadas no tenían sentido y que debían dejar entrar a quienquiera que hubiera venido. Y ganaron. O sea que cada uno se sentó donde pudo y los más audaces fueron, quejándose (‘oy vey’, por supuesto) a sentarse en las escaleras, que debieron compartir con las sillas de ruedas.

La cosa empezó algo aburrida, con las eternas charlas de los directores de la institución y los elogios proverbiales a la tan conocida historiadora-cantante (María Krupoves). Antes de pasarle a ella el micrófono, se pidió lo que ahora ya es de rigor “Por favor, pasemos a escuchar la orquesta de teléfonos apagándose, así no joden después”. En todos lados hacen ese pedido, más o menos con esas palabras. Ahí también agregaron: “Si creen que van a necesitar caramelos envueltos en celofán, por favor ábranlos ahora y no durante el concierto”. Huelga aclarar que se oyó ruido a caramelo por todos lados. Y al acomodo de dentaduras para poder disfrutar de esos caramelos. Los aparatos para sordos se ajustaron en las orejas, las pelucas rubias o pelirrojas se acomodaron. Nadie se animó a pedir que los tanques de oxígeno se apagaran, por lo que a cada tantos segundos se escuchaba el ffffzzzzzzzzz respectivo, desde varios lugares del salón.

La mujer cantaba realmente muy bien. Todo en idish, claro. Y explicó (en inglés) los varios procesos políticos de Lituania y el ghetto de Vilna que llevaron a crear esas canciones, casi todas conocidas. Y al final, por supuesto, el Himno de los Partizaner (Zog nit keymol) para el cual ella solicitó la participación del público. La gente empezó a cantar y, de a pocos por vez, a levantarse lentamente de sus asientos, y casi todos parados al final, cantando a voz en cuello. Solamente no se pararon los paralíticos. Fue uno de esos momentos emocionantes, de los cuales me río cuando ando cínica, pero se me anuda la garganta cuando no.

En realidad, tengo algunos comentarios.
a) La gente de más de 80 años NO debería cantar. Nunca. Los graznidos le quitan seriedad al asunto.
b) Los que NO saben la letra, tampoco deberían cantar, y muchos menos incluir palabras irrelevantes en idish en los lugares donde la memoria falla.
c) Es aceptable cambiar el sentido de las palabras en idish, y decir algo que suene parecido en inglés, como ‘un oyf farzamen vet di zun in der kayor, vi a parol zol geyn dos lid fun ‘door to door’”.
d) En caso de no saber la letra, se permite tararear con mucha fuerza.

En un momento miré alrededor y me di cuenta que cuando yo sea vieja no voy a poder ir a ningún lado a escuchar ese reconfortante idioma, ya que no habrá gente que lo recuerde y lo use. O sea que mejor lo persigo ahora.
Este mes es el Festival de las Humanidades en Chicago, y este año está dedicado al humor en idish. Hay unas 12 presentaciones diferentes, en varios lugares de la ciudad. Así que a correr de un lugar a otro. No queda mucho tiempo.

No comments:

Post a Comment