Monday, December 27, 2010

2009 - La hermandad de los mutilados (castellano)

Despedida a un carcinoma. Enero 17, 2009
La Hermandad de los Mutilados.

Tengo el ojo derecho todavía medio cerrado e hinchado, y una flor de bola de gasa empaquetada que me puedo sacar dentro de un rato para empezar las curaciones. La bola de gasa, por supuesto, contiene un sapo con la barriga abierta en cruz, preparado por un shaman maya en noche de luna llena. De otro modo, habría que confiar solamente en la ciencia y tan idiota no soy.

Manuel salió a comprar los adminículos indicados para el asunto que consisten entre otras cosas en un tarro de vaselina (sí, yo también pensé que era un mal chiste sexual, pero no, es lo que me tengo que poner sobre la herida para que no se me peguen las gasas).
Dentro de 5 días me sacan los puntos y ahí veré si quedé como Frankestein o Scarface. Uno de dos. Pero la última vez que me llamaron a la sala de tortura, donde había 5 médicos munidos de filosos cuchillitos (a lo Italo Calvino), sacaron un cacho que declararon limpio, o sea no más cáncer.

Van sacando tajadas, de a poco, para no destruir más de lo necesario. Inmediatamente la tajada va a patólogo que tiñe, congela, y lee lo que puede, para ver si todavía hay, o no hay más.

Como ese trabajito demora 1 hora, en el intermedio musical te mandan a una pequeña habitación de espera (básicamente, el placard de los útiles de limpieza, dado que los arquitectos no previeron la necesidad de esa sala), donde juntan a los 4 cancerosos diarios y sus acompañantes. La habitación tiene 7 sillas y después de dar vueltas, cuando para la música, el que no consiguió silla pasa al cirujano.\

O sea que éramos 8 personas, totalmente desconocidas entre sí, pero unidas por un bien común lo que generó un ambiente de lo más interesante. Éramos todos blancos, cosa que no significa nada para los uruguayos, pero acá no es normal. Entre otras cosas, significa que todos los de ese grupo teníamos seguro de salud y que nos tratarían muy cuidadosamente. Muy diferente la cosa.

El cirujano era un viejo amigo con quien solíamos salir a comer porque tenía una novia peruana, colega de Manuel. Tiene esa misma novia desde hace 20 años.
El Dr. se llama Soltani (o sea ‘sultán) y es persa. Él no dice ‘iraní’, dice ‘persa’ y habla farsi. Así es. Además en los ratos libres estudia idiomas. Tomo un curso mío en la Universidad hace muchos años (lejos el mejor alumno que tuve. Una maravilla) y después de eso estudió francés e italiano, para poder viajar. También fue el que le removió unos lunares a Flora hace unos 15 años. Flora se preocupó al saber que ése era mi cirujano y dijo ‘¿Qué? ¡Si ya era viejo cuando me atendió a mí!” Claro, seguramente nosotros también, hace 15 años, ya éramos viejos.

El cirujano se portó muy bien y entró varias veces al placard a darnos ánimos y a aclarar que nadie se moriría de eso. Como viejo amigo, presentó a Manuel a los demás como “éste es el Dr.Díaz, uno de los científicos más importantes de los EEUU en investigación en leucemias”. Hubo una reacción que no sé si fue racismo o precisamente lo opuesto, porque tal vez nadie hasta ese momento quería decir a qué se dedicaba, para no hacer pasar vergüenza al pobre mexicano al lado mío, que seguramente era limpiador de supermercado. Tan pronto como el cirujano aclaró las credenciales de Manuel, inmediatamente nos perdonaron el españolísimo acento que tenemos y pasamos a ser, definitivamente, blancos.

A cada rato volvía alguno de los nuestros con un paquete de gasa cada vez más grande y salía otro rumbo al matadero. Éramos una Oreja, una Sien, una Nariz y una Mejilla. La Mejilla era yo.

La Oreja era un médico de 88 años, retirado, que se las sabía todas. Gran humor. Estaba con su hijo ingeniero, cuyo hobby era el de manejar avioncitos a control remoto y subirse a un Cessna de verdad, de vez en cuando. Cuando dieron al padre por bueno y le dijeron que se podía ir, aplaudimos. Últimas costuras y nos despedimos a los besos.

La Sien era un ingeniero bastante joven (digamos, de menos de 60 años, no exageremos) que ya tenía toda una oreja reconstruida. Le quedó tan linda que ahora quería tener un cáncer en la otra, para que se la dejaran igual a la primera. Pero no tuvo esa suerte. Le salió en la sien. Su mujer es asiática (no sabemos de dónde ni a qué se dedica. Mutismo total) y el hobby de ellos es escalar montañas en invierno. Gran pedo.

La Nariz era una mujer que me cayó muy bien enseguida, no sé por qué. Pasó al matadero 4 veces, porque ese mini-puntito que tenía en la nariz resultó más profundo de lo esperado. Cuando al fin a mí me dio un resultado limpio y me emprolijaron con punto cruz, la Nariz tuvo que ir a la sala de Corte y Confección, donde le iban a reconstruir toda la mitad que le habían sacado. El cirujano plástico estaba ahí, a la espera, y le harían todo en ese momento. ¿Ya dije que todos teníamos un buen seguro de salud, no?

Cuando me dieron por liquidada volví al placard y allí, el marido de la Nariz, un tímido economista, estaba de gran charla con Manuel, hablando de temas que nunca pensé que Manuel discutiría con un desconocido: el futuro de Gastón. El economista es profesor en dos universidades y explicó que el viaje a Uruguay que se está mandando el muchacho le daría muchos puntos a favor durante la selección de estudiantes en las universidades donde Gastón mande algún día los formularios de aplicación.

Y si Gastón quiere, cuando venga por acá puede ir a verlo, dijo. Me intriga cómo se presentaría. “Buenos días, soy el hijo de la Mejilla que estaba con la Nariz el día aquel”. Mmm. Raro.
Pero ahora todo ya pasó, y llegó el momento de putear por la herida y la velocidad de cicatrización, como si eso fuera realmente importante y necesario para seguir viviendo.

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