Monday, December 27, 2010

2009-10 La culpa en el aborto es un constructo social + teatro

--La culpa en el aborto es un constructo social, -completado con el teatro. (Oct.09) – revisado en Diciembre 2010

Me tiene intrigada el tema de lo complicado que es el aborto en nuestra época. Nuestros padres lo enfrentaban sin angustias, sin miedos, sin ocultarlo. Todo el mundo sabía cuándo alguien del club (Zhitlovsky) se había hecho un aborto. Era tema abierto, tanto como el de los sueldos.

Me acuerdo de las explicaciones de mi mamá sobre las relaciones sexuales. El médico le había dicho que era "psicológicamente malo" (sic) estarse preocupando por las consecuencias y que si después había embarazo, se hacía un aborto y listo. Era tema público. Nada de terrores existenciales, ni arrepentimientos, ni dudas de ningún tipo. La única condición necesaria para recurrir a un aborto era, naturalmente, estar embarazada.

Le pregunté si no había algún método anticonceptivo algo menos radical y me dijo que había una pastillita que se llamaba “L’amour de Paris” (nótese el sugestivo nombre), que debía disolverse en agua tibia y enchufársela con una jeringa de goma, dentro de los 10 minutos siguientes al paso descocado. Y que eso era imposible. Recuerdo haberla mirado frunciendo la nariz, preguntando cuál era la imposibilidad de algo tan sencillo. Me miró con cara de ‘no seas burra’ y aclaró que no era fácil, que había que levantarse, ir a buscar el kerosén, prender el primus …
Ahí me di cuenta que la bruta era yo. Lo que es no entender la pobreza pasada. Ni me imaginé que en esas épocas conseguir agua tibia fuera algo tan complicado.

O sea que mi mamá, que aparentemente hubiera podido ser una gran esposa para un rabino, con lo cual yo, en lugar de una sola hermana, hubiera tenido al menos 15 hermanitos, le hizo caso al médico. Mi hermana nació en 1930, y a partir de ahí, un aborto cada dos meses (aproximadamente) hasta 1944.

Y el teatro? Ah, esa es una historia lateral. En algún momento vino a dirigir al grupo teatral del Zhitlovsky, una directora de Buenos Aires de quien no recuerdo el nombre. Era mandona y exigente. Y mi mamá un día, rememorando y con enojos, me contó que esa mujer era un asco. Que “me hizo subir y bajar 20 veces de una mesa, cuando yo me largaba a cantar, diciendo que lo estaba haciendo mal. Y la asquerosa sabía que yo esa mañana me había hecho un aborto!”. Ni qué hablar, que no solamente lo sabía la directora, sino todo el elenco, y más aún todo el resto de la gente del club. Era lo natural. Y a nadie le extrañó que hubiera ido al ensayo, como si fuera un día más.

En realidad ese grupo teatral era una gran familia. No puedo olvidarme cuando en una de las tantas obras que se ensayaban durante 6 meses para representarlas una sola vez, mi mamá tenía que ponerse en jarras y gritar ‘Ha!’. Y lamentablemente la dentadura salió volando, para caer en la tercera fila del auditorio. Terror. Pero no hubo problema. Un atento espectador la agarró, se levantó y se la alcanzó a mi madre, que se la colocó inmediatamente sin lavar y siguieron con la obra tan campantes.

Menos suerte tuvo un señor Moishe (no es el nombre verdadero, pero tal vez ese señor era el padre de alguno de los que están leyendo esto, y no quiero problemas familiares). La escena consistía en un nazi atacando a un judío. El nazi se le tiró encima, cayeron al suelo, y en el esfuerzo por tratar de ahorcar al judío, el nazi se tiró un reverendo pedo que retumbó por todo el teatro. A partir de ese día, ese señor pasó a ser conocido como ‘Moishe der forts’ y no logró removerse ese nombrete nunca más.

Pero sigamos con los abortos maternos. Así iban, y mi madre llegó a los 43, y ya no quedó embarazada durante mucho tiempo. Pensó que al fin se le habían terminado los huevos y los problemas. Cuando a los 45 años, paró la menstruación, dijo displicentemente ‘debe ser la menopausia’ y no le dio más pelota al asunto. A los 4 meses, la menopausia empezó a patear. Gran quilombo. Rápidamente, el médico solamente dijo ‘Felicitaciones, señora, y que tenga suerte. Yo no hago abortos en embarazos tan avanzados’.

Entonces me contó que ese día, al volver a la casa, llenó un latón de ropa (¿se acuerdan de esos latones metálicos enormes?) y subió a la azotea por una escalerita de mano, tirándose hacia atrás para caer de culo en el piso y, con suerte, tener una hemorragia, ir al hospital, y que tuvieran que hacerle el aborto de todos modos, si es que no lo había perdido ya, sin problemas agregados. Nunca se le ocurrió que se podía haber lastimado mal y que eso era poner su propia vida en peligro. Tampoco se le ocurrió que no necesitaba contarme esa historia cuando yo todavía era demasiado chica para entender.

Años más tarde me di cuenta que casi todos mis amigos del club tenían un hermano o hermana mayor, con diferencia de muchos años entre ellos. Creo que todos pasaron por lo mismo. Un hijo/a enseguida después de casarse, muchos años de abortos, y otro hijo/a tardío, que se resignaron a parir. Claro, también está lo económico que facilitó ese orden, ya que para esa época, durante la década del 40, nuestros padres estaban en bastante mejor situación económica que cuando eran inmigrantes recién llegados y un segundo hijo no era un drama tan tremendo como el primero.

De todos modos, lo que me llama la atención fue lo que dije al principio. Los traumas del aborto son netamente sociales. Si el grupo social lo acepta sin problemas, no hay dramas internos. Me resulta raro todavía, pero no creo que ninguna de nuestras madres haya sufrido demasiado por los fetos perdidos.

No comments:

Post a Comment