Monday, December 27, 2010

1977 - Papelito blanco (con pequeños cambios).

29 de julio 1977 / segunda versión del 08 / Esta es versión Oct.09, con algunos arreglos en diciembre 2010.

Visita de mis padres a Buenos Aires:
Llegaron a Buenos Aires en avión, aparecieron muy, muy viejos, mi papá con el pelo blanquísimo y la misma cara de constante curiosidad, mi mamá debajo de un espantoso y encasquetado sombrero de nutria.
No nos veíamos desde hacía un año y 4 meses, todos muy contentos. Yo andaba estrenando marido nuevo y con un embarazo notoriamente avanzado. Considerando que un año antes no teníamos ni para comer y ahora teníamos auto y embarazo, quedaba claro que intentábamos convencer a mis viejos que nadábamos en la abundancia.

Manuel fue a buscar el grandioso coche al estacionamiento de Aeroparque, lo acercó, y mi santa madre lo señala y dice “¿Ese es el auto?”. Muy orgullosamente dije que sí. –“ Mmm, bastante sucio, eh?” declaró mientras le pasaba un dedo por el techo totalmente mugriento.

Evito anecdotario intermedio, por absurdo. Incluye entre otras cosas, el hotel que habíamos encontrado cerca de casa, que resultó un hotel por horas, por lo que mi madre no pudo dormir durante las dos noches que estuvieron, por las risas provenientes de los cuartos vecinos.

Vino a casa, revisó los cajones, las ollas, etc. Rompió las bolas tres días, con quejas de todo tipo. No quería ir a lo de mi prima Coca porque los tres hijos hacían ruido, no quiso ir más de una vez a lo de mi tía Shifke porque ella miraba TV, no podía viajar en auto ni en taxi por los mareos, ni caminar porque le costaba, ni ir al parque porque hacía frío, ni ir al cine o al teatro porque estaba sorda.

Al fin llegó el día de irse, pero nada es sencillo. El avíón salía de Aeroparque a las 18:15, teníamos que estar allá a las 17:15 y para eso salir en taxi del hotel a las 16:45. Llegué al hotel a recogerlos a las 16 (tres cuartos de hora antes de lo combinado) y ya estaban en la puerta con gesto apresurado, protestando por mi demora.
Llegamos a las 16:30 al mostrador de Aerolíneas. Presentan pasajes, cédulas y escucho que les piden el ‘papelito blanco’ de entrada al país. Mi padre mira al empleado e inocentemente pregunta: “¿Qué papelito blanco?” Le explican que es algo que les dieron al llegar, cuando pasaron por la Aduana. “¿Qué aduana?”, pregunta mi padre.

Empecé a sentir una cierta sofocación, mientras mi padre explicaba que no vio ninguna aduana, que vio por ahí el bolso de ellos, lo agarró y salió sin que nadie los detuviera. “Ah, arréglense con el inspector de Migración”, dijo el solícito funcionario.
Estaban ampliando Aeroparque, que ahora mide 3 cuadras y tiene infinitos recovecos. Aerolíneas queda en una punta y el inspector de Migración en la otra.
Allá fuimos y encontramos una especie de oficinita en remodelación, llena de polvo y con muy pocos muebles. En realidad había una mesa de cocina y una sola silla. Le explicamos el problema al hombre, que no quería entender razones y se negó rotundamente a darles permiso de salida diciendo ‘entrada ilegal, clandestinos’, etc. Yo le dije que mirara bien a los acusados, de 77 y 76 años de edad, que seguramente no habían cruzado a nado el Río de la Plata, que ellos no tenían la culpa de que, en medio de la construcción, el mostrador de aduanas hubiera quedado a un costado, que ya estábamos bastante nerviosos y que por favor sugiriera alguna solución. Mi madre me escuchó y diplomáticamente dijo “Si quiere plata, diga cuánta y basta!”
Casi reviento, el inspector se enfureció, mi madre empezó a gritarle a mi padre en idish, entendiéndose solamente ‘papelito blanco, no hay papelito blanco, tenés que tener papelito blanco’ en medio de una inimitable serie de graznidos.

El inspector miraba aterrorizado y mi madre dándose vuelta, anunció triunfalmente: "Voy a tener un infarto. ¡Y ahora también se me secó la boca!” Y agitando un dedo acusador en dirección al pobre hombre, prosiguió: “…y usted sabe que sufro un poco del corazón. Sí señor, ¡sufro!" – y lo decía mientras nos echaba una mirada de odio, porque sabía que ni mi papá ni yo se lo creíamos. De paso, se sentó en la única silla.

A mí también se me secó la boca, pero ella resolvió su problema con más facilidad, porque ahí mismo procedió a retirarse la dentadura de arriba y a abanicarse con el paladar; mi padre se mesaba los cabellos, yo me tuve que dar vuelta para no reírme, risa que se me cortó cuando me imaginé un futuro en el cual mi madre estaría en la sala de partos, diciéndome ‘Así nunca te va a salir’. El inspector miraba fijamente hacia el infinito, dudando de su elección de carrera.

Ya llamaban para subir al avión y entonces dijo: “Por ser dos personas nacidas en 1900 y 1901, bajo mi propia responsabilidad, los dejo salir”. Me apresuré a agradecerle infinitamente la sabia decisión, gran alivio general, gran multa para Aerolíneas, y fueron los primeros en subir al avión, pero no dejé de mirar la pista hasta un buen rato después que se fueron, temiendo ver aparecer una conocida figurita debajo de algún otro avión.

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