Monday, December 27, 2010

2007 - A la búsqueda de identidades perdidas

A la búsqueda de alguna identidad que hace falta,supongo.

Hace como 10 o 12 años, en Lingüística, me hizo falta un grupo que hablara idish. No es que tuviera una real necesidad (o al menos eso creía), sino que mi excusa era necesitar hablantes para unas descripciones que estaba haciendo del idioma.

Como estoy en una vieja lista idish llamada Méndele, largué un mini-mensaje diciendo que vivo en Chicago y que estoy buscando ... eso. Inmediatamente me empezaron a llegar mensajes de gente desconocida de todas partes del mundo, anunciando que el primo de Yankl vivía en Chicago y que me llamaría. O que la hermana de Shloyme vivía ‘cerca de Chicago’ (o sea, a unas 3 horas de viaje). Peshke llamó personalmente para saludarme. A la hora empecé a recibir ya casi solamente llamadas telefónicas locales, auto-sugiriéndose personas que hablaban idish y se ofrecían a evacuar mis dudas.

Al rato llamó un buen hombre con una lista de lugares donde podría encontrar gente, y me invitaron a una reunión que se hacía (y se sigue haciendo) el segundo lunes de c/ mes, rotando casas de participantes. La mayoría de la colectividad vive en la zona más al norte, por lo que esas reuniones se hacen a más de una hora de mi casa. Empecé a ir, y encontré una fauna realmente interesante (digamos, internacionalmente interesante, ya que si no fuera porque hablaban inglés, no la podría diferenciar de mi gente en Mdeo.)

Lamentablemente, resulté ser de las más jovencitas del grupo. Ya todos tenían los 70 pasados, y el grupo estaba creciendo. El viejerío era sustancial. Y todos/as hablaban al mismo tiempo, cosa que me hizo sentir como en casa.

Mi primer día fue bastante agitado: todos con café descafeinado en una mano y babke en la otra, comían y hablaban al unísono. Las reuniones, como vi, consistían en lecturas y en que la dueña de casa sacara a relucir sus dotes culinarias. Y los religiosos tomaban tecito en vasos descartables, porque no todo era suficientemente kosher.

Cuando me presenté, una mujer, muy arrugada ella, dijo (en inglés, faltaba más) “¿por qué no hablás en tu ... em.... en tu propio ... em .... en tu propio idioma?” La miré con el ojo crítico (y el otro también) y aclaré que no entendí lo que quería decirme. Y ella, muy segura, me dijo: “¿pero no dijiste que naciste en Uruguay? Entonces ¿por qué no hablás… Ladino?”
En ese momento sentí una mano generosa que se apoyaba en la mía y era la mujer de al lado mío, bastante joven, de South Africa, que me estaba dando aliento. “No te preocupes”, me dijo, “cuando yo dije que era de Sudáfrica me dijeron: ¿pero por qué no sos negra?”

Pasaron ya todos estos años, el grupo se había extendido a 40 personas, se leía, se discutía la lectura, se comía y tomaba, se cantaba, todo en orden. Dada la cantidad de gente, ya no se pudo seguir haciendo en casas y conseguimos el salón de una biblioteca pública del barrio donde vive la mayoría. La macana es que ahora no llegamos ni a ser la mitad, gracias a la muerte de buena parte de los participantes. Es lo que no queremos ver y seguimos como si nadie se hubiera muerto. Y muchas veces dejan de venir, no por muerte, sino por tener que dejar de manejar, como sucedió con algunos personajes importantes en el grupo. Los Benimovich no solamente venían en auto sino que traían como a 4, pero dejaron de manejar por razones de salud - y órdenes del médico- y los pasajeros no pueden venir por su cuenta. No, no hay transporte colectivo. Esto es Chicago...


Hoy hubo reunión. La gente que queda ya se conoce bastante entre sí. El circo suele empezar con el sudafricano – que llega en bicicleta, con un espejito retrovisor enganchado en los lentes - torpemente expresando en un extraño idish su alegría por la gente que vino y la reunión sigue con alguien leyendo en voz alta un cuento o poema de su elección, de ser posible con transparencias para que podamos leer al mismo tiempo que escuchar, dado que los lectores ya no hablan idish más que en esas mismísimas reuniones y además, con los dialectos consabidos, la cosa se pone difícil. Hay café preparado y tortas diversas y esperamos ansiosamente la llegada de la hora de las canciones.

El rabino Stampfer se levanta y comienza con sus pedagógicas explicaciones de refranes judíos. Ese es el mismo rabino que entrevisté para mi disertación en ‘Entonación en idish’ y fue muy generoso con su tiempo, pero se negó a usar insultos – para un capítulo que me había pedido expresamente uno de mis profesores – porque “Nein, zey muzn nit visn! ” (o sea, que no quería que los goyim siquiera se enteraran que existen y se usan miles de insultos en idish). Y ahí se terminó mi interés en él.

La que dirige la parte de canciones es Sima Miller, famosa soprano, con muchos discos grabados, pero que lamentablemente también creció y envejeció y esa voz le sale ya ligeramente cascada, pero con tanto entusiasmo, que no podemos resistir.

Y está también Dorothea (ella quiere que la llamen Teddy), con una chirriante voz que irrita las espaldas. Tiene 84 años y es profesora de literatura en colleges, y se viste con zapatos de gimnasia, calcetines y polleras justas excesivamente cortas que le dejan al aire las várices y otras pestes. Y canta en voz bien alta, para terror de los que estamos cerca de ella.

Está también doña Mírele, que insiste en que su idish es mejor que el de todos los demás porque ella es profesora de hebreo (¡Como si …! se imaginan que tuve mi seria discusión con ella acerca de eso, pero no hay caso) y se ofende cuando lee alguien que no sea ella.

Y Susan, con una extraña pelada y pelos ralos alrededor, (prolijamente teñidos de rojo, faltaba más!) usando un sombrero que no es tal, sino que es un aro con visera para que no le moleste el sol, cosa que resalta más aún su pelada.

Y Peshke, que tiene una cara talle 52 sobre una calavera talle 36, y con los años fue perdiendo la grasita y ahora es como que le sobrara un montón de piel en la cara. Arrugadita está. A esa mujer la quiero.

Suelo sentarme con una argentina, apenas mayor que yo, pero bastante más encorvada. Hoy le noté la cara diferente. No me di cuenta qué era, pero le pregunté qué tenía de diferente (¿se acuerdan que entre judíos se puede hablar de detalles físicos? con americanos de la calle, no se puede) y aclaró que se había hecho cirugía de los ojos, porque no veía, no veía, hasta que su ojolista se enfermó y la atendió el hijo recién recibido, que le dijo: ¡Sra., con esos párpados caídos Ud. no puede ver nada. Y se tiene que operar! Y ahora, no solamente ve, sino que luce mucho más linda con los ojos al aire.

Las canciones llegan a emocionar. Extrañamente, no coinciden con las que cantábamos en Uruguay. Algunas porque son netamente estadounidenses (Di grine kuzine, que odio), con experiencias ya gringas, y otras porque las nuestras eran ma o meno izquierdistas, y las de acá, de ninguna manera!
Pero hay un núcleo de canciones, sabidas por todos, que es lindo escuchar y cantar.

Ahora se armó otro grupo de idish, como de 70 personas, que se reúnen en una librería de la zona Norte. Las librerías acá, además de ser grandes, tienen cafés y hasta habitaciones para reuniones. Es un fenómeno nuevo, ya bastante extendido. Y prestan las habitaciones, sabiendo que todos los participantes toman café y de paso compran libros, así, a la distraída...

Este relato me salió bastante soso, sin estructura, aunque quise contar cosas interesantes. Al menos, son interesantes para mí. En fin, nadie es perfecto.

elisa
julio 2007

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