Monday, December 27, 2010

2010 - de cementerios

Cuentos de cementerios.

No es fácil contarlos sin explicación previa. Si yo dijera ‘mi papá era un idishista’, los que entienden la cosa sabrían que eso conlleva toda una línea política: pro-idish, anti-hebreo, anti-zionista, anti-religioso, de izquierda desde la revolución rusa (tal vez perteneciente al Bund) y molesto por la relación EEUU-Israel. En realidad, molesto con todo lo referente a Israel.

Disgresión: En 1984 mi papá me llama a decirme ‘tengo que hablar contigo’. Yo había llegado a Mdeo. después de muchos años afuera y ese llamado de mi papá me congeló la sangre. Podía esperar cualquier disparate, dada la seriedad del mismo. Fui a verlo y me dijo, con un gran suspiro: “Sabés, parece que tenemos que aceptar que Israel existe”. ¡ Era 1984!

Pero vuelvo al tema anterior:
No sé qué porcentaje de judíos uruguayos forma el grupo al que me refiero, pero solía ser bastante amplio aunque ahora va disminuyendo poco a poco porque las nuevas generaciones, aunque mantengan la idea política, ni saben idish ni tienen la menor intención de proteger el idioma. Y ahora también están más cerca de judíos pro-Israel.

Bueno, esos ‘judíos progresistas’ (así se autodenominan) tienen un club. Llamarlo ‘club’ no es hacerle un favor, porque tendría que quedar claro que no es solamente un lugar de reunión, sino que es escuela + teatro + coro + bailes + charlas culturales + deportes +a ctividades políticas internas y externas. O sea que funciona todas las noches después de la cena, y los fines de semana completos.
Y como es de costumbre en la colectividad, esos mismos grupos judíos tenían su mutualista, su banco, y su… cementerio. No sé muy bien qué queda de lo demás, pero lo que aún existe, bien seguro, es el cementerio. Está situado en La Paz, cosa casi tan graciosa como que la cárcel de hombres quedaba en Libertad. En La Paz del Señor, aparentemente.

El club fue un lugar creado con el sacrificio monetario de todos los participantes. Para poder conseguir un préstamo bancario, el club – Zhitlovsky – necesitaba tener a alguien que legalmente fuera dueño de semejante cosa y en ese momento mi papá fue un dueño razonable. Total... Gran susto cuando llegaban los impuestos anuales a mi casa, hasta que al fin lograron convertir el club en organismo cultural sin dueño fijo.

Hubo clubes alquilados anteriores, con diferentes nombres, donde los judíos de izquierda mantuvieron su cultura. En cierto momento, ya cuando pasó la guerra y los inmigrantes no tenían problemas económicos demasiado apremiantes, decidieron construir un edificio con todo lo necesario.

El nuevo edificio se terminó de construir en 1949 o 50, con hipotecas sacadas a largo plazo. Pero no había plata para levantar esas hipotecas. Hubo un año, recuerdo muy bien, en que mi papá y todos sus compinches andaban locos porque vencía una por $10.000 (vaya a saber cuánto sería eso en moneda actual) y no había de dónde sacar semejante cifra.

Como dije, el cementerio judío estaba en La Paz. Extrañamente, a pesar de ni hablarse con los judíos religiosos, los cementerios están unidos. Digamos, están en el mismo predio, pero con entradas independientes y bastante diferentes de aspecto. Como que la religión, o falta de ella, se nota. Al frente está el ‘noistro’ y atrás el religioso. Por lo general, todos entran por el ‘noistro’, así no tienen que dar toda la vuelta.

Y llegó la bendición divina (no puedo entender cómo los no-religiosos no dudaron de su dogma en ese momento.) El hijo de una de las familias judías más ricas de Uruguay, se suicidó. Un suicidio de por sí, es dramático, pero la ferocidad con la que el judaísmo lo condena es atroz, tanto que los hermanos/as del suicida tienen dificultades para casarse ya que nadie quiere traer a su familia a personas que tengan lazos de sangre con un loco. Encima del horror de tener un hijo muerto, la religión impone un castigo severo a sus familiares en el mismo día del entierro. Tienen que enterrarlo fuera del cementerio, perpendicularmente, con los pies apuntando al mismo y la cabeza lo más alejada posible.

La auto-muerte del hijo del rico fue recibida con un respiro de alegría por parte de los miembros del club. Como era costumbre, ‘noistro’ cementerio aceptaba sin problemas enterrar suicidas, con los pies apuntando hacia la parte religiosa del lugar. El consuelo para la familia era que, al menos, estaría en un cementerio judío - treif pero judío al fin y al cabo - y no en campo abierto. Y esa vez, mi padre se encargó de los arreglos correspondientes. No se sabe qué se dijo. Fue algo así como el encuentro entre San Martín y Bolívar. El padre rico del muchacho tuvo que levantar la hipoteca del Zhitlovsky. Y lo hizo casi sin discutir. O al menos, así me lo contaron.

Esa no fue la única vez que se usó el cementerio para obligar ciertas actividades. Un judío del Zhitlovsky murió, y para gran sorpresa de todos dejó como último pedido, que un rabino cantara durante su entierro. Aunque furiosos con el pedido del muerto, respetaron sus deseos y fueron a hablar con el rabino, que simplemente se rió y los sacó a patadas.

Llega el domingo (día en que se entierran más judíos, y esto está estudiado estadísticamente, ya que mueren en días tales para que el entierro caiga en domingo, no se sabe por qué), hay que enterrar a ‘noistro’ muerto y siguen sin poder encontrar rabino cantor. Toda la familia, amigos, bañaderas llenas con conocidos (sí, casi nadie tenía auto, por lo que el estatus del muerto se contaba por la cantidad de bañaderas que la familia tenía que alquilar para que los amigos pudieran ir. Recuerdo esos viajes, por lo divertidos.) están en La Paz con el cajón, y sin rabino.

Y en ese momento, llega un entierro de los religiosos. Nuestra gente, - y que conste que eran hombres y mujeres, por igual - ‘di jevre’ (creo que la mejor traducción es ‘la barra de amigos’, pero conlleva el sentimiento de ‘la unión hace la fuerza’, cosa que acerca la definición a ‘la mafia’) inmediatamente planifican el asunto. No tuvieron ni que discutirlo. Se miraron entre sí, y supieron lo que había que hacer.

Los entierros religiosos, como ya dije antes, en lugar de dar toda la vuelta y entrar por la puerta de atrás, usan la puerta ‘noistra’ para cortar camino. En ese momento entra el cajón, el rabino, y antes que pudiera pasar toda la familia, ‘di jevre’ se coloca hombro a hombro, en varias filas y tomados de los brazos, para cortar el camino a la comitiva. Gran escándalo. Nadie puede pasar, el muerto una vez que entró al cementerio no puede volver al mundo de los vivos, la gente llora a gritos, pero ‘di jevre’ no se inmuta. La flia. pregunta qué se puede hacer y los participantes del muro humano dicen ‘queremos que el rabino le cante a ‘noistro’ muerto’. El rabino se niega de nuevo, pero la familia del muerto religioso lo amenaza de tal manera que el pobre acepta cantar donde le pidan. Y se hace la paz.

Algo que me intrigó fue por qué el gobierno militar permitió que quedara el cementerio tal como estaba. Las viejísimas tumbas, elaboradas en piedra, lucen la hoz y el martillo y a veces alguna palabra en idish, esculpida, (como ‘sholem’).
El mismo club Zhitlovsky no tuvo esa suerte. El gobierno lo cerró por muchos años y solamente reabrió, plagado de humedades y rajaduras, ya muy cerca de la caída de la dictadura, con conversaciones a través del consulado israelí. Pero a pesar de haber prohibido toda actividad en un edificio normal, la dictadura no se atrevió siquiera a tocar las tumbas con símbolos prohibidos. La fuerza de la muerte puede con todo.

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