Monday, December 27, 2010

2000 - para la muerte de un profesor-amigo Jim McCawley

Esta primavera llegó algo tempranera, por ser Chicago. Esto significa que las alergias llegaron antes que de costumbre. Y ahí andamos, escupiendo, rascándonos las gargantas por dentro, con esos rugiditos que a mi marido le salen tan bien y a mí me ponen tan nerviosa, porque se pasa haciendo eso en el auto y yo siempre pienso que es el motor que se está pudriendo. También significa que en lugar de reventar todo con flores y verdor de un día para el otro como suele suceder, van saliendo lentas y hasta se ven crecer. Nada esta mañana, alguna esta tarde y al otro día un tulipán está afuera, y los demás vienen viniendo así, como si tuvieran tiempo. Y los brotes de los árboles también, de a pocos por vez, para alergizarnos mejor. Pocas veces vi tanto brote, y no hay hojas grandes que los tapen, porque no están afuera todavía.

Esta primavera me preocupó. Demasiado linda, demasiado antes. Pensé que algo tendría que pasar, algo malo, claro. Y pensé en los pocos amigos que tengo y que quiero, pero nunca pensé que iría a pasar lo que pasó. Alguien a quien yo quería mucho, tenía que morirse. Y se murió. En el medio de la calle, de la noche, a unas cuadritas de casa, lo encontraron muerto, tal vez como siguen diciendo, de un ataque al corazón. Mi profesor, amigo, uno de los personajes más irredentos de la historia de mi vida, muerto. Todavía le sigo mandando forwards cuando llega algo interesante sobre español. Todavía tengo en la heladera el bacalao para la comilona que un amigo zamorano iba a preparar para Jim en casa, justo el día de su entierro.

Primera vez que voy a un velorio y entierro de alguien a quien quise. Nunca había visto un cajón abierto, donde los maquilladores destruyen la verdadera cara y ponen otra para que los que lo vean no sufran tanto, supongo. El Jim de pelo eternamente largo y mugriento, ahora limpito y peinado. Las cejas volantes, peinadas y pegadas para prohibirles volar. El bigote revoltoso, cortadito y también pegado a los costados de una cara, ahora lisa, sin los agujeros de granos y viruelas que siempre tenía.
Él, que llegaba a las clases después del mediodía, siempre en bicicleta, recién afeitado y con los pedacitos de papel higiénico ensangrentados pegados a la cara, ahora lisa y sin sombras. ¿Le hacen la cirugía estética a los muertos? ¿Y les ponen ropa limpia, esa que nunca usaron? Jim con saco y corbata, sin olor a fritanga china ni manchas en los buzos demasiado chicos por los que se asomaba la panza, la raya del culo y los calzoncillos a lunares verdes cuando se agachaba a dibujar velozmente un árbol sintáctico hasta la parte de abajo del pizarrón. Un Jim mudo, sin su acento escocés y tartamudo, sin el ejemplo de sintaxis más disparatado del siglo, sin el brillo en los ojos preparando el chiste que siempre le iba a salir en los momentos más inoportunos, como por ejemplo, durante su velorio, en ese cajón, serio y limpio.

Nunca lloré a grito pelado como esta vez. Era un sábado de noche cualquiera, de esos en los que mientras mi marido lee, yo estoy en la computadora, leyendo mail y charlando con íntimos amigos desconocidos. De repente un mail del decano de lingüística, aparece con “Una triste noticia. La policía acaba de encontrar a James McCawley muerto en la calle, aparentemente de un ataque al corazón”. El alarido me salió solo. No fui yo, fue mi garganta alergizada. Mi marido vino corriendo a ver porqué yo no podía ni hablar. Leyó el mail que todavia estaba en la pantalla y me abrazó. Él sabía cuanto respeto y cariño había en mí hacia ese hombre. No creo haber llorado tanto por mi papá. Jim tenía sólo 61 años. Y un dia antes habiamos estado discutiendo el por qué se dice “El ganador soy yo”, o “Ni tú ni yo ganaremos la pelea”, cambiando la persona o el número del verbo sin preocuparnos. Y yo recién había recibido unos datos nuevos de mi lista de lingüística en español que explicaban algo, aunque complicaban más la teoría.

Ese Jim, no podría estar muerto. Él, a quien yo creía el hombre más feo del siglo, hasta que mi suegra un día lo conoció en una esquina, mi suegra tan delicada, pero que sin poderse contener dijo: "Encantada! Pah, este sí es un hombre. Qué bueno que está!" Ella no sabía que español era uno de sus idiomas favoritos, tanto como otros doce idiomas más.

Llamé a las doce de la noche al decano y descubrimos que teníamos que organizar entierro y velorio, ya que Jim sólo tenía dos hermanas, no demasiado cerca de Chicago, y después de la casa funeraria necesitábamos un velorio estilo americano, donde todos se reúnen en una iglesia (aunque Jim era anarquista a muerte) a contar cosas divertidas y celebrar la vida del muerto. Si, con el cajón ahí mismo, antes de cremarlo, que eso era lo que él había dejado escrito en algun lado. Y después, a un salón de clases, a festejar con gran comilona.

Los días siguientes fueron el revoltijo que todavía tengo en la cabeza. Muchos estudiantes nos fuimos al lago al día siguiente, al Point, sin citarnos, a medida que nos íbamos enterando. Era el lugar natural. Y por supuesto, el tiempo fue cambiando. La primavera dio paso al invierno que todavía quedaba, el frío, el viento, la lluvia, tan lógicos atacaron como correspondía a los sentimientos que nos iban llenando. Lloramos, gritamos, hicimos una ceremonia yoruba mandando al lago una vela encendida montada en un platito de cartón, lloramos más y nos fuimos a ver qué se podía hacer para sobrevivir ese golpe insólito.

Pasó la casa funeraria, pasó el 'memorial' a cajón abierto donde todos, unos 200 entre estudiantes, profesores y familiares, lloramos con la boca abierta, sin vergüenza, sin miedo, con esa fuerza que solo el llanto colectivo y la lluvia a torrentes podía darnos. Y fuimos a celebrar, con música escocesa y comida thailandesa, con imitaciones a su estilo y sus dichos, con grupos en rincones llorando, contrarrestados por grupos que se reían a carcajadas cuando alguien recordaba alguna de las travesuras de James McCawley, uno de los lingüistas más famosos del mundo, de quien todos creíamos ser su único mejor amigo pero descubriendo que cada uno lo había sido por igual.

Ya pasó una semana, el tiempo sigue siendo desagradable, lluvioso, de un inviernito tipo Montevideo, y seguimos calados hasta las alergias, sin poder olvidar a Jim ni por un minuto. Aunque el dolor, si, creo que el dolor profundo está empezando a pasar. Y sabemos que va a tener que dejar de llover, porque esto es una porquería, porque sabemos que simplemente, va a pasar.

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(Ésta fue la respuesta de JorgeVarlota/MarioLevrero al día siguiente después que le mandé este cuento, en medio de un taller de literatura por e-mail. Lo agrego aquí para masajearme el ego, naturalmente).

Elisa, dejate de joder y andá pensando seriamente en dedicarte a la
novelística. Este ejercicio es una joya. No tengo palabras... Así es como
hay que escribir.

Cariños, ML
jvarlott@adinet.com.uy

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